Tras las huellas del cíbolo, a la conquista de las grandes llanuras

Tras las huellas del cíbolo, a la conquista de las grandes llanuras

Muy pronto comenzarán los españoles a explorar el interior de los actuales Estados Unidos. Ya habían perfilado la costa completa hacia 1519, tal y como contamos en su ocasión.

Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, tras su naufragio en la expedición fallida de Pánfilo de Narváez, se adentrará en el interior de la costa del Golfo. En su camino, será el primero que nos deje constancia del encuentro con un animal exótico: el búfalo.

Lo encontrará en el interior de Texas, y nos dejará una descripción comedida.

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Cuando regrese a la Nueva España, se organizará una expedición al mando de Vázquez de Coronado, que parte hacia el interior en 1540. En ella un fraile, Marcos de Niza, dejará una descripción de oídas bastante fantástica. Normal. En el fin del mundo hay dragones 😉

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La verdad es que Marcos de Niza la liará bastante parda, porque asegurará que vio, a lo lejos, las siete ciudades de oro de Cíbola.

Tendremos que esperar a la expedición que organice Juan de Oñate, el yernísimo (estaba casado con una nieta de Cortés), para la exploración y conquista de Nuevo México, para encontrar nuevos relatos de estos fantásticos animales.

En su expedición iba un entusiasta de los ripios, D. Gaspar Pérez de Villagra. Era un criollo oriundo de Puebla,que hizo fortuna en la expedición y público sus memorias de la misma. En sus ripios, nos habla del encuentro con la bestia.

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Pero no solo eso. Nos dejará una descripción de las grandes llanuras, que en muchas ocasiones asemejarán a un mar. Y a los búfalos, como peces del mismo.

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En fin, de los distintos relatos, el lector podía colegir que se trataba de un animal de «cuerpo como un toro castellano», «barbas como cabrones -mis disculpas -, muy grandes», «pelo merino, como de ovejas», «de melenas y cuartos anteriores leoninos», «córcoba cual camello». Vamos, que hubiese hecho las delicias del Beato de Liébana.

Los españoles se dejaron fascinar por la bestia, y fueron bastante observadores de sus costumbres. Pedro Castañeda de Nájera, de la expedición de Vázquez de Coronado contarán qué plantas comen: «vallico, poleo, abena y lino».

El capitán Juan Jaramillo de Andrade, también de la expedición de Vázquez de Coronado, observará las costumbres sociales de los búfalos, y contará que los machos se van a veces por su cuenta, y a veces se vuelven con las madres, jovenzuelos y crías. Podían apartarse varias leguas. Castañeda también contará que les gusta acercarse a las arboledas de los ríos, para rascarse los lomos en los troncos, y mudar «como culebra el pellejo».

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Mira Coronado, las siete ciudades de oro de Cíbola no las encontraste porque te llevaste una troupé de la revista Nature, macho.

Los búfalos van a influir mucho en la exploración española de las grandes llanuras. Una relación anónima de la expedición de Vázquez de Coronado – aquí largaba todo el mundo, como para hacer algo comprometedor – decía que muchas veces debían cambiar el rumbo en su travesía. Eran tan grandes las manadas, que esperar a que terminasen de pasar era perder toda la jornada.

Jaramillo apuntaba que solo los búfalos eran capaces de abrir sendas con su paso por la llanura. Los hombres y caballos no eran capaces de dejar rastro, pues la hierba era muy fuerte, y no se dejaba vencer fácilmente. La única manera de no perderse en ese inmenso mar, y poder disponer de avanzadillas y retaguardias, era levantar montículos con los excrementos de los búfalos y los huesos, práctica que depurarán – a Dios gracias – los españoles usando estacas para marcar el camino.

Castañeda nos contará como en la llanura se encontrarán estanques redondos del diámetro de «un tiro de piedra», los cuales contenían agua dulce o salada según los casos. Dirá que quien así lo afirmaba era Vázquez de Coronado. Esas charcas las hacían los búfalos a partir de regueros y fuentes, para darse sus baños de barro y aliviar calores. Es muy probable que las saladas lo fuesen por la acumulación de orines, pelo y piel muerta. Ole ahí, Coronado.

Pero no todo era contemplar a los búfalos. También los cazaban. De hecho, el primer relato de cacería del búfalo con arma de fuego nos lo ha dejado nuestro criollo de los ripios, Don Gaspar Pérez de Villagrá.

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Y no solo cazarlos. Para los españoles de la expedición de Oñate en Nuevo México les pareció una magnífica idea intentar acorralarlos y meter un grupo en un cercado. El capitán Juan Ruiz se puso a la tarea, cual vaquero, logrando encauzar un grupo. Cuando llegó la estampida al cercado, se lo llevaron como si fuese de papel, frustrando el intento de llevarse a Santa Fe un grupo de las mismas para criar en cautividad.

Cabaña de búfalos no se pudo hacer, pero cuentan las crónicas que allá por el siglo XVIII se habían llevado a Zacatecas (Nueva España) dos crías de búfalo, que creciendo en cautividad hacían tareas agrícolas.

Curiosamente, el término vaquero será empleado por los españoles para referirse tempranamente a las tribus indias que seguían las migraciones de los búfalos. Y a falta de ciudades de oro, llamarán a estas nobles bestias cíbolos o cíbolas. Estas bestias condicionarán la presencia española en las grandes llanuras. Lo primero, territorialmente. No era fácil establecer asentamientos permanentes en las praderas, hubo que adaptarse a los usos indígenas. De ahí surgen los ciboleros, los cazadores de búfalos.

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La versión novohispana del toro de la Vega.

Los ciboleros eran auténticos temporeros. Cuando bajaban los rebaños en invierno hacia Texas, Kansas y Oklahoma, salían partidas de ciboleros con sus familias desde los asentamientos de Nuevo México. Llevaban el típico carromato español de un solo eje.

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Reenactment cibolero.

Los ciboleros solían ser indios pueblo y mestizos de clases humildes en un principio, que buscaban un suplemento a sus ingresos. Llegaron a organizarse de tal modo, que actuaban reclamando territorialmente, como los indios, su propio terreno de caza.

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Ese terreno era lo que se conoce como Llano Estacado. Aquí, entre las fronteras de Nuevo México y Texas.

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Dependiendo de las lluvias y de la temperatura, a veces se tenían que internar en las grandes llanuras en búsqueda de las manadas, llegando hasta el actual estado de Kansas.

También los cíbolos influyeron en la impedimenta de las exploraciones y contingentes militares. Puesto que la carne estaba siempre a mano, no era necesario llevar grandes trenes de aprovisionamiento, haciendo de las columnas más ligeras. De eso se beneficiaron las columnas españolas cuando intentaban interceptar a franceses, ingleses y luego norteamericanos, cuando se internaban en las grandes llanuras por medio de los cauces de los ríos.

Y por último, también los búfalos influyeron en la diplomacia y relaciones con los indios. Ya en el siglo XVIII, los indios buscaban a los españoles y hacían tratados con ellos cuando se hallaban en posición de debilidad frente a otras tribus. Desde Nuevo México y Tejas ofrecían escoltas a las tribus aliadas, para que pudieran cazar sin ser molestadas por otras tribus.

En este frente lejano del imperio hubo que hacer frente a enemigos exteriores, como los apaches primero, y los comanches después. Y a revueltas internas, como la de los indios pueblo, a finales del siglo XVII.

La revuelta de los indios pueblos, exitosa al principio, fracasó porque los apaches necesitaban del comercio en la llanura con los españoles. Empezaron a hostigar a los indios pueblo, dejándolos sin una de sus principales fuentes de alimento, la carne de cíbolo.

Con el Tratado de Fontainebleau, de 1762, España adquiere la Luisiana, y nominalmente ostenta la soberanía sobre la totalidad de las grandes llanuras, ya que el límite oriental de las grandes llanuras llega hasta el Misisipi.

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Esto impone abrir una ruta que comunique ambas partes del Virreinato de la Nueva España, más allá de la ruta costera por Texas. Se impone abrir una ruta por las grandes llanuras. Esa ruta se conocerá como el camino de Santa Fe, y la abrirá el capitán Pedro Vial en 1787.

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Otra cosa no, pero de los romanos aprendimos a hacer carreteras.

La carne de cíbolo entrará a Nueva Orleans desde el fuerte y puesto comercial español de Los Arcos, en Arkansas.

Las pieles irán llegando a San Luis y Nueva Madrid, en la Luisiana, fruto del comercio con los poderosos indios Osages en el puesto de Fuerte Carondelet, en la divisoria de los actuales estados de Kansas y Misuri

La Compañía Comercial del Alto Misuri comerciará efímeramente durante los años finales del siglo XVIII con los indios Oto en el puesto sobre el río Misuri en actual estado de Kansas, intercambiando pieles por mercaderías. Lo mismo en Fuerte Carlos, en el actual estado de Nebraska. El propio Santiago (James) Mackay participó en una cacería de búfalos junto a los indios Omaha, para abastecer el puesto comercial recientemente fundado de Fuerte Carlos ante el invierno que llegaba. Sobre los esfuerzos comerciales españoles en el Alto Misuri, ya hablamos aquí.

Cuando el ocaso español en América se acercaba, el búfalo formaba parte del modo de vida español en las grandes llanuras, e influía en los asentamientos de Nuevo México, Texas, Luisiana, Arkansas, Misuri, y más allá, incluso en Kansas y Nebraska.

Estas han sido unas pinceladas de la historia española en las grandes llanuras, de la mano de los míticos cíbolos. Mucho más habría que decir sobre las batallas que durante dos siglos mantuvieron la presencia española en las grandes llanuras contra muy diversos enemigos. Pero eso dará lugar a nuevas historias que deben ser contadas.